jueves, 6 de agosto de 2009

LA ESTUPIDEZ ARGENTINA


En vísperas del bicentenario patrio, los argentinos continuamos debatiendo sobre la cuadratura del círculo, desoyendo la voluntad popular, desafiándonos sobre las medidas antropométricas con que estamos dotados, maximizando cada uno el inventario de los daños causados por la incompetencia del otro y perdiendo un tiempo precioso ante un mundo que se presenta en su crisis global, como una oportunidad invalorable por parte de los argentinos, quienes tenemos todo por ganar y poco y nada por perder, ya que lo perdido no lo recuperaremos jamás.

En efecto, no recuperaremos las muertes inútiles ocasionadas por nuestros desencuentros pretéritos, no recuperaremos la riqueza dispendiada por malas decisiones políticas y económicas y no recuperaremos tampoco el tiempo que, como bien no renovable, es imposible recuperar. Somos conservadores, hasta para abordar con sentido de justicia nuestra corrupción estructural. La anécdota y la caricatura gobiernan nuestro día a día sin que atinemos a diferenciar lo sustantivo de lo accesorio, lo importante de lo olvidable. En fin, una tragedia en capítulos en la que nuestra infinita creatividad deja absorto a un mundo que no nos entiende.

Hace pocos días, platicando con un importante hombre de negocios extranjero, le pedí que me definiera su mirada sobre los argentinos. Sus palabras me sonaron como una sentencia dolorosa: “tienen talento individual, carecen de método de funcionamiento colectivo, son pocos habitantes para satisfacer, poseen riquezas razonables para dar respuesta positiva a sus demandas vitales, todavía tienen un recurso humano aceptablemente integrado pero padecen un grave problema: el presidente elegido, en lugar de buscar gobernabilidad reuniéndose con las fuerzas políticas y productivas de la Nación, generando políticas de estado y riqueza y redistribuyendo simultáneamente con desarrollo y políticas sociales, elige reunirse primero con las fuerzas sindicales, con la pretensión de garantizar su gobernabilidad a través de un virtual control social sobre la población, distribuyendo lo que no tiene y cristalizando un espíritu conservador que define su acción”.

Las últimas elecciones generales, tuvieron la virtud de que el pueblo dibujara con su voluntad, el principio del fin de una de las debilidades fundamentales de esta democracia argentina. Supo marcar el camino hacia la construcción de un sistema político superador, capaz de sustituir el sistema perdido durante la crisis de 2001. La inexistencia de sistema político, es la debilidad intrínseca que tiene la democracia argentina, existencia que al igual que la salud solo se valora cuando se la pierde. Ha sido el ciudadano de a pié el que ha marcado un camino que hay que profundizar pero con gestos de responsabilidad institucional y seriedad personal, impidiendo con ello dilapidar el diálogo y el tiempo del congreso cuyo crédito ciudadano no es ilimitado.

El crédito tiene fecha de vencimiento y límites infranqueables: el vencimiento lo da la imperiosa obligación de responder a las necesidades de una población que no tiene espacio para fragmentarse más y los límites infranqueables son los fijados por el argentino medio que no resiste más, que los “chantas” sin conducta, se exhiban impúdicamente en la galería de la promoción personal y de las vanidades mediáticas sin resultados concretos a la hora de las soluciones decentes a los problemas argentinos. Las soluciones no se miden por la cantidad de tiempo que se está en la televisión o por el centimetraje que se ocupa en los diarios, sino por la generación de espacios distendidos de resolución concreta de temas a través de consensos mínimos superadores.

Distinguidos miembros del gobierno, distinguidos colegas de la oposición, distinguidos dirigentes sectoriales: la vida y el mundo nos otorgan un repechaje impensado que estimo en 5 años, durante el cual podemos dar respuesta a gran parte de los problemas argentinos. El éxito o el fracaso dependen, una vez más, de nuestra inteligencia en aprovechar el tiempo o de nuestra siempre bien ponderada estupidez.

Mario Luís Espada