La presidenta de la Nación ha acertado con la designación del jefe de gabinete de ministros Alberto Fernández como responsable de las negociaciones y como interlocutor privilegiado del campo. Ello significa, en los hechos, el reconocimiento de la importancia estratégica del sector agropecuario dentro de la economía nacional. No es poco.
Sin embargo, tengo la impresión que el diálogo está impregnado de demasiados prejuicios e interferencias que pueden hacer naufragar el ámbito propicio para encontrar soluciones superadoras.
Los dirigentes del campo necesitan retrotraer las retenciones al 11 de marzo último, entre otras razones, para institucionalizar adecuadamente la energía emergente del conflicto . Ello no tendría hoy costo fiscal por la baja internacional en los precios de los comodities. Pero, a su vez, la presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner, habiendo pagado un precio político innecesario por un conflicto absolutamente evitable, tiene la oportunidad de aprovechar este diálogo con las entidades del campo, para alumbrar coincidencias con vistas a los acuerdos del bicentenario, su última idea fuerza que debe ser interpretada por la ciudadanía como oportunidad.
Si, por el contrario, se continua con los prejuicios e interferencias es posible y probable que fracasemos una vez más en algo que adquiere jerarquía de “tragedia nacional”: no sabemos dialogar sin imponer, ni discrepar sin fragmentar.
La historia argentina está cruzada por ejemplos de desencuentros y fragmentaciones en instancias cruciales y hoy, estamos frente a una de ellas. La presidenta debe saber que hoy ser progresista es encontrar consensos superadores que permitan dar contenido al concepto de “servicio al bien común”. Por el contrario, es un lugar común expresar frases ocurrentes que ganan los titulares en los diarios pero pierden las soluciones fundamentales que necesitan quienes gobiernan y sus gobernados.
Para ello se impone que los mandatarios del diálogo cuenten con mandato amplio y generoso para el abordaje de los temas y sus mandantes conduzcan como estadistas el barco común de los argentinos. Ello creará un ámbito sin preconceptos y, sobre todo, en el conflicto que nos ocupa, aprovecharemos el tiempo activando una palanca económica imprescindible para dar solución a los distintos frentes de tormenta que tenemos como Nación.
Por su parte, los mandatarios sectoriales también deben tener la libertad y confianza necesarias de sus representados para exponer con patriotismo su mirada, comprendiendo simultáneamente las razones que motivaron este error inocultable del gobierno. Transparentando necesidades y con comprensión recíproca lo que fue un desencuentro puede convertirse en un ejemplo a imitar. Es decir diálogo y consenso para derrotar al pesimismo y al prejuicio.
Si, en cambio, nos encerramos en nuestras propias intransigencias buscando derrotarnos unos a otros, seguramente habremos de perder todos, sin excepciones. El juego de apariencias es una mala consejera para los gobernantes y sino reflexionemos ¿cuantos errores habrán nacido de conversaciones reservadas o de juegos de intereses transmitidos telefónicamente? Y estos, tal vez, nos estén haciendo pagar precios políticos al contado y por adelantado todos los días, aunque la ciudadanía no los conozca.
En fin, tal vez todos debamos preguntarnos ¿ qué nos está pasando cuando la sensatez nos suena a ingenuidad?