martes, 24 de febrero de 2009

ANTES DE QUE SEA TARDE


La recta final hacia el bicentenario, nos encuentra enredados, una vez más, en nuestra incapacidad para generar un espacio común, que permita esbozar los trazos gruesos de un proyecto que nos contenga a todos.

Nos cuesta dialogar entre diferentes y suplimos nuestra carencia con montajes que van de la convocatoria institucional en torno al atril presidencial a la conferencia de prensa opositora, con frases adjetivadas o simplificaciones caricaturescas.

La responsabilidad mayor, obviamente, corresponde al vértice del poder bifronte, pero quienes ocupamos el fragmentado universo de la oposición aportamos nuestro narcisismo.

Para completar el cuadro, la dirigencia corporativa expone sus posiciones de manera maximalista y la opinión pública termina presa de opciones exageradas; y el bien común aparece como un valor devaluado o, por lo menos, de sola invocación retórica. Como ejemplo gráfico de esta “tragedia de desencuentros”, podemos mencionar la mal llamada “crisis del campo”, que ha cumplido un año y cuya resolución debería estar a esta altura fuera de toda discusión, sobre todo teniendo en cuenta que el sector agropecuario representa un valor estratégico para nuestra Nación, si nos atenemos a lo vivido en estos casi doscientos años de vida.

El “campo” argentino ha tenido en los últimos años una gran transformación, en donde nuestro mayor mérito, quizás haya sido la capacidad para ir adaptando a lo nuestro, lo ocurrido en Europa y especialmente en Estados Unidos, lugares, por otra parte, de donde hemos importado casi sin excepción toda la tecnología en semillas, agroquímicos y maquinarias.-

También es cierto reconocer que vamos por detrás, a veces cerca y otras no tanto, como en este momento, donde queremos que nos manden todos los nuevos eventos gratis, como si a la investigación y el desarrollo le pudiéramos hacer “pito catalán”. Ellos lo hacen y nosotros hacemos las críticas, ellos miran lejos, nosotros cerca. Así, hoy no tenemos acceso a la Alfalfa resistente a algunos herbicidas, ni a la soja y maíz resistente a la sequía .

La revalorización de los alimentos en el mundo, nos ha puesto en un lugar de privilegio a los argentinos por la calidad de nuestros suelos y los bajos costos de producción comparados con los del resto del planeta. Si hay algo en lo que los argentinos somos campeones del mundo, es precisamente en esta materia. Pero, además, nuestro país produce cereales y oleaginosas con un sistema conservacionista del suelo basado en siembra directa, del cual somos pioneros no solo en conocimientos aplicados, sino también en la fabricación de la maquinaria necesaria para implementarla.

Esto ha traído como consecuencia un valor de oportunidad especial para la tierra que va corriendo las fronteras agrícolas y ganaderas. Vemos como zonas hasta ahora no explotadas comienzan a ser intensamente preparadas para producir carne y granos.-


También las zonas tradicionales se transforman, no tanto como las primeras, pero sí experimentan un cambio muy importante de sistema de trabajo. Lo extensivo se va haciendo intensivo. Las cargas de animales por hectáreas se multiplican, la foto de la hacienda pastando en grandes extensiones, es ya escasa y va a desaparecer totalmente en las mayorías de las regiones centrales y semi-marginales de la agricultura.-

La concentración de animales en encierre, tanto para carne como para leche es una realidad inocultable.-

Hay entonces en esta transformación factores que determinan la actitud de cada uno de los actores. Estos factores por sus características son complejos y de por sí, de acuerdo a la mirada de cada uno, a veces dan lugar a opiniones encontradas.-

El trabajo de la tierra pasó de lo artesanal a lo altamente tecnificado y los conocimientos y los costos necesarios para entender y aplicar la tecnología son cada vez mayores, por lo que la producción en escala constituye el instrumento para superar los obstáculos. La respuesta a esta necesidad ha sido el asociativismo. La asociación, que no siempre se da como cooperativa o como sociedades comerciales, sino con otras modalidades no tradicionales tales las U.T.E. o los fideicomisos. Asistimos así al asociativismo entre el capital, la tecnología de punta aplicada y los nudos propietarios de la tierra.

El capital provino del mercado, cuyo origen fue el colchón o los plazos fijos de pequeños, medianos y grandes ahorristas. La tecnología la pusieron los operadores comerciales y los viejos y nuevos actores que a través de la figura del “contratista” invirtieron en maquinaria y se constituyeron en tomadores de mano de obra en la mayoría de los pueblos del interior. Por último, la tierra la brindaron los pequeños y medianos propietarios que participando del hecho productivo, accedieron a una renta que, después de pagar impuestos, se tradujo en nuevas pautas de consumo que fortalecieron el círculo virtuoso que protagonizó el interior en los últimos años, haciendo realidad los conceptos de movilidad social ascendente y pleno empleo.

Este sistema permitió que los herederos de parcelas, a veces pequeñas, dejaran de vender sus campos transfiriendo la propiedad a grupos o personas que estaban concentrando el dominio. Bastaría con hacer un censo de las ventas de campos de los últimos 20 años, para comprender este proceso concentrador que se detuvo en los últimos años. Ya los pequeños propietarios no venden su propiedad, por ejemplo para adquirir una casa y alquilarla porque su participación en el hecho productivo le permite acceder a una renta digna.

Seguramente este año los avatares económicos y la sequía, reconvertirán las asociaciones y las estrategias, pero para nada va modificar este cambio estructural del campo argentino que vino para quedarse.

Hay una sola manera de lograr que el país produzca más y genere mas divisas; que el pequeño y mediano productor siga trabajando en el campo y que los pueblos del interior no se vayan achicando. La manera es revalorizando la producción para los productores y no para los grupos económicos que hacen lobby con el gobernante de turno. Y que los subsidios y las ayudas se orienten –únicamente- hacia los hermanos que no pueden satisfacer las necesidades básicas, esta es la verdadera justicia social, para unos y para otros.

Si por falta de diálogo , seguimos negándonos unos a otros, no desarrollamos un espacio común, sacrificamos el paquete tecnológico, rompiendo el círculo virtuoso de la producción y del empleo, si no reconocemos que no es posible volver a las retenciones 0 en estas circunstancias: sin duda vamos al desastre no solo económico y social, sino también moral. Pero, además, si tardamos un año para comprender integralmente la “crisis del campo”, ¿cuánto nos llevará la “crisis de empleo” o la pobreza y la exclusión social?, ¿cuánto nos demandará consensuar nuestra integración al mundo?

Los argentinos, estamos frente a un maravilloso desafío y una formidable oportunidad. Después de muchos años podemos profundizar alianzas estratégicas y lanzarnos decididamente al encuentro del porvenir. No desperdiciemos, una vez más, esta instancia esperanzadora, tomemos, todos juntos, con mirada solidaria y estratégica, esta crisis internacional no como tragedia sino como oportunidad. Para ello es imprescindible dialogar y construir consensos.

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